Escribí un soneto en el que comparaba la vida con el concurso más famoso de la época. Pensaba entonces que dentro de unos cincuenta años sería difícil comprender Desde uno hasta tres sin unas notas aclaratorias sobre el concurso en cuestión.
Ha pasado la mitad de ese tiempo. La gente recuerda el concurso e ignora, salvo tres o cuatro personas, la existencia del soneto, lo cual sin duda es culpa del autor. La poesía necesita tiempo y si tiene suficiente fuerza, encuentra lectores detrás de las fronteras y de los caminos que se pierden, después de muchos días o en otro siglo.
Otra cosa es la fama, que puede alcanzar a criminales y héroes, a timadores y artistas, a sabios e ignorantes. Es fácil acostumbrarse a ella. Saber que te siguen, que importa lo que digas, que tus palabras tienen eco y que,aunque no lo merezcas, te toman como ejemplo para la lucha diaria. Mienten los que se quejan. O, si no mienten, están equivocados y sabrán cuánto la necesitan cuando la pierdan.
No hay un poeta vivo realmente famoso o al menos yo no conozco a ninguno. Antes no era así. Mi padre recitaba con frecuencia pasajes de Platero y yo cuando aún vivía J.R. Jiménez y en el siglo XIX mucha gente se sabía de memoria los versos de sus contemporáneos.
Hoy son los cantantes los que ocupan su lugar. Son ellos los que realzan las letras, o disimulan su defectos, con la música y quienes a veces prestan su voz a rimas y acordes de otros días. Ellos hacen una lectura para todos, llenan estadios y auditorios y obtienen reconocimiento y aplauso. Ellos gozan de una fama quizás no duradera, pero que aturde y embriaga como el alcohol y los sueños.