FAMA

Escribí un soneto en el que comparaba la vida con el concurso más famoso de la época. Pensaba entonces que dentro de unos cincuenta años sería difícil comprender Desde uno hasta tres sin unas notas aclaratorias sobre el concurso en cuestión.

Ha pasado la mitad de ese tiempo. La gente recuerda el concurso e ignora, salvo tres o cuatro personas, la existencia del soneto, lo cual sin duda es culpa del autor. La poesía necesita tiempo y si tiene suficiente fuerza, encuentra lectores detrás de las fronteras y de los caminos que se pierden, después de muchos días o en otro siglo.

Otra cosa es la fama, que puede alcanzar a criminales y héroes, a timadores y artistas, a sabios e ignorantes. Es fácil acostumbrarse a ella. Saber que te siguen, que importa lo que digas, que tus palabras tienen eco y que,aunque no lo merezcas, te toman como ejemplo para la lucha diaria. Mienten los que se quejan. O, si no mienten, están equivocados y sabrán cuánto la necesitan cuando la pierdan.

No hay un poeta vivo realmente famoso o al menos yo no conozco a ninguno. Antes no era así. Mi padre recitaba con frecuencia pasajes de Platero y yo cuando aún vivía J.R. Jiménez y en el siglo XIX mucha gente se sabía de memoria los versos de sus contemporáneos.

Hoy son los cantantes los que ocupan su lugar. Son ellos los que realzan las letras, o disimulan su defectos, con la música y quienes a veces prestan su voz a rimas y acordes de otros días. Ellos hacen una lectura para todos, llenan estadios y auditorios y obtienen reconocimiento y aplauso. Ellos gozan de una fama quizás no duradera, pero que aturde y embriaga como el alcohol y los sueños.

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MEMORIA

Memoria, entendimiento y voluntad eran las potencias del alma. Así lo aprendimos siguiendo la tradición cristiana y aristotélica. Cuando estudiábamos y los resultados no eran buenos, culpábamos a la memoria. No queríamos que pensaran que nos habíamos esforzado poco o que nuestro entendimiento era inferior a lo esperado.

Le quitábamos importancia, ignorando que sin memoria no hay reconocimiento y que es muy difícil ver o decidir sin una imagen previa.

No valorábamos lo que teníamos de más. Teníamos más memoria que recuerdos. Aunque quizás entonces la vida era más intensa y los recuerdos iban acumulándose en ese extraño almacén en el que pocos objetos están donde uno los dejó. Y sólo aparecen un tiempo o muchos años después, cuando suenan unos compases o buscas otra cosa.

La memoria y su ausencia trabajan juntos. Los recuerdos cambian de color, se desgastan y no dejan andar al tiempo hasta que el olvido los aparta y esconde. La vida, y cualquier cristal que la refleje, no es más que una suma de recuerdos y olvido.

Los recuerdos, a veces, pesan y abruman pero cuando desaparecen dejan atrás un páramo en el que nada brota y donde el alma se seca y se consume.

Es duro que no te miren, que no te vean, que alguien te borre de su historia o de su vida. Es más duro aún que, como le pasa al amigo del poema, pierdas los nombres, los recuerdos, y te quedes solo allá lejos, donde habita el olvido.

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CUATRO LETRAS

Que amor es cuanto hay / es todo lo que del amor sabemos – That love is all there is / is all we know of love –, dice Emily Dickinson en un breve y preciso poema. Es fácil rebatir el primer verso. Hay otras cosas. El tiempo que da tanto y tanto quita, el mar, las olas de la noche. Está la enfermedad y la pendiente por la que resbalan los nombres y recuerdos, el poder y la desventura, la tierra y las monedas escondidas. Está la nieve y el sol que acaricia las ventanas.

Hay cuatro elementos, miles de partículas, animales, gente. Pero ¿qué les confiere valor, qué cambia el paisaje o hace que brillen los minutos? ¿Qué nos abre el día o nos devuelve a las tinieblas?

No es todo cuanto hay, pero ¿qué se ha hecho, de qué se ha hablado y cantado desde Troya hasta las últimas melodías, desde los dramas y novelas hasta el relato más humilde? No hay nada que escape a su influencia. La guerra, la maldad, la tiranía, no son más que argumentos secundarios.

A veces, al pasar de los años, uno tiende a pensar que sólo es una fantasía de poetas o comediantes o una emoción perdida de la adolescencia. Crees que puedes continuar la vida y anular su sombra. Pronto descubres que nada sabes, que se devalúan las palabras y los números y que, por mucho que te sobre, te falta todo.

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NAVIDAD

Una fiesta es como un enamoramiento. Surge de un encuentro inesperado. Crece con palabras que hallan eco en otras palabras, con la risa y la comida, con las luces del alcohol. Dura unas horas y acaba, pero a veces la risa y el tintineo de los vasos permanecen en la memoria.

Otra cosa son los acontecimientos, las fechas fijadas. Me dicen que te acercas, pero sé/ que estás tan lejos como mi niñez. Son líneas de un poema publicado en una antigua revista local que hablaba de la Navidad con escaso entusiasmo. En la infancia, que entonces no era tan lejana, es quizás cuando es posible disfrutar de este tipo de fiesta. Es cuando se espera todo o no se sabe qué se espera y la sorpresa es más fácil. También entonces, aunque no lo sepas, tienes a tu lado a los que te importan y aún está en blanco la lista de los que se fueron.

Más tarde, las fiestas forzadas te empujan a pensar en los que faltan, en los regalos que no te harán, en cómo te desviaste del camino.

Y quieres huir. O celebrar que la luna aguarda o que estás vivo. Pero para eso no necesitas ninguna cita con la tradición ni esos números rojos del calendario.

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BREVE ENSAYO

No quiero escribir de lo que siento. No tengo lectores, pero alguien puede encontrar el sitio y las letras y avergonzarse. No hablo del porvenir porque no lo conozco o porque dudo de su existencia. Olvido naturalmente y a veces trato de no recordar. He vivido y, en otro tiempo, he tocado un sol sin nubes, pero ahora, en este oscuro rincón, quién sabe quién soy y lo que hice.

No quiero confesar lo que me importa. Es difícil compartirlo. Con los demás, que pasarán de largo, y también conmigo, que me niego a creer que aún me asalte la duda y el insomnio, que siga contando las horas y los minutos que me separan de lo que no vendrá, las monedas que no me pertenecen.

Junto los signos para dibujar un rostro que, como en los sueños, no tiene contornos o se diluye en la sombra y que se parece a lo que nunca tuve.

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DIFERENCIAS

Baudelaire describe al albatros como un ave majestuosa en el aire y torpe y estúpida en el suelo o en la madera de los barcos. Y lo compara con el poeta, príncipe de las nubes al que ses ailes de géant l’empêchent de marcher – sus alas de gigante le impiden caminar.

Puede que el albatros sólo pueda sobrevivir en las alturas, pero el verdadero poeta apenas se distingue de sus semejantes. Como los demás vive casi siempre a ras de tierra y hace frente a los golpes y las trampas que otras manos o la naturaleza y el azar ponen en su camino. Somos muy parecidos. Por comodidad o por oscuros intereses creamos peculiaridades, modificamos las costumbres o trazamos fronteras. Vas a otro país, te trasladas a un pueblo vecino o entras en otro círculo, y muy pronto echas en falta las palabras o gestos adecuados. Poco importan tu inteligencia o tu preparación. Sentirás, entre la burla y el silencio, que vales menos de lo que creías o, si eres orgulloso – o recuerdas el Evangelio -, que tu reino no es de este mundo.

Ahí está tal vez la diferencia: en cómo te hundes en ese mundo o sales de él, en cómo afrontas la desventura. Si lloras y te lamentas (ver Sur) o cambias y creas, no de la nada, sino de la ausencia y la pérdida (ver La balanza). Y es el pie torpe y la caída lo que te ayuda a volar.

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ACORDES

No es fácil separar lo que tienes y lo que eres. El dinero es realmente poderoso. Con él adquieres bienes materiales y otros menos tangibles que modulan las costumbres y cambian con el tiempo tu vida. Si lo pierdes o careces de comida o techo, te conviertes en alguien distinto y puedes incluso dejar de ser.

Hay otros bienes cuyo precio raramente coincide con su valor. Juan Boscán se pregunta en unos versos:

¿Qué viera aquel que no os viera?

¿Cuál quedara,

señora, si no os mirara?

Y Garcilaso de la Vega parece responderle en otro villancico:

Nadi puede se dichoso,

señora, ni desdichado,

sino que os haya mirado.

Tanto uno como otro se dirigen a una mujer – una señora – y aluden a un enamoramiento, un bien, o un mal, inclasificable. Pero yo, al leer estas líneas, siento que el arte causa iguales efectos. No eres el mismo después de mirar ciertos cuadros o de leer algunos libros. Ignoras si eres mejor o peor, pero sabes que antes eras menos. Es algo que no tiene que ver con la felicidad, que quizás está más cerca de los seres menos complejos, sino con la sensibilidad. Sientes más. Sufres o disfrutas cuando reconoces en un poema o una novela tu propia historia, el amor perdido o las ilusiones no cumplidas. Vives más de una vez. Eres tú y alguien diferente y ves que los otros, aunque vivieron o fueron creados en otro siglo o en lejanas tierras, son tus amigos y contemporáneos.

Es una riqueza que va contigo aunque naufragues y que se adquiere con los cinco sentidos.

He pasado muchas horas leyendo y algunas dando forma a contados versos, pero hay una manifestación artística muy próxima y tal vez más alta. No puedo imaginar la vida sin sus notas, sin sus claves y acordes. A ella sólo se le puede cantar. Yo lo intenté con Música, un poema en prosa.

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DETRÁS DE LA CÁMARA

Stephen King, en Danza Macabra, resume el argumento de veinte películas de terror e invita al lector a adivinar su título. No es difícil. Para acertar basta con haberlas visto. Un ejemplo sería el siguiente: «Un niño ve hombres atormentados y escenas sangrientas en salas y edificios donde no hay nadie. Un doctor solitario, que en la vida real pasa desapercibido, le ayuda a comprender quién es y qué le ocurre»

A continuación anoto otros ejemplos que, como el anterior, no están incluidos en el libro citado.

1. Una banda de encapuchados decide acabar con la vida de los que no son de su raza. Como Robin Hood roban y extorsionan a los ricos para dar muerte a los pobres. Matan al padre delante de su hijo o al padre y al hijo juntos. A policías, concejales, vecinos y clientes de supermercado. Secuestran, roban y matan, aunque siempre lo hacen con buenas intenciones. Ellos siguen viviendo, pero envejecen y se cansan y, de manera permanente, definitiva o por un tiempo, dejan de matar. La gente, el pueblo, valora el gesto y los recompensa por la sangre derramada (ver también Aria y Tras la mordaza).

2. Llegan del exterior o quizás de raíces desconocidas. Como los ladrones de cuerpos se ocultan en el jardín o en el lado oscuro de las viviendas. Esperan a que te distraigas, a que te duermas, y te quitan la casa, el dinero y la propia sombra. Aparecen más cada mañana. Están en el camino a la izquierda y en el que lleva a la derecha. En las aldeas y en las grandes ciudades. Son como nosotros, pero visten mejor y miden de otra forma el tiempo. No se sabe de qué mundo vienen, pero guardan sus ganancias en otros paraísos (ver Virus)

3. Es una tierra junto al mar. Los que vivían allí iban a pescar, trabajaban en talleres y formaban parte de un país más grande. El viento del este o aguas contaminadas dañaron su piel y nublaron sus mentes y ahora, como Moisés, quieren cercenar el mapa o irse lejos quedándose en el mismo sitio. Dicen que los demás les roban porque piensan que todo les pertenece. Han cambiado el pasado, desdibujado el presente y esperan un porvenir en que el maná y la dicha caerán sobre sus apartadas cabezas.

4. Importa lo que digo, no dónde lo digo. Pido la libertad desde un lugar donde cubren y esconden a las mujeres y cuelgan de una grúa a los menos viriles. No me gusta la violencia, aunque practico la dialéctica de los puños y reconozco el valor de la guillotina y del tiro en la nuca para alcanzar un mundo más libre. Estoy al lado de los que menos tienen. Subiré las coberturas y las remuneraciones, repartiré cuanto reciba, salvo lo que me corresponde por gastos de asesoramiento. Ahí está el futuro. No tienes más que rasgar el telón o cruzar el charco.

No son guiones de películas de terror, pero todos están basados en hechos reales.

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ELOGIO DE LA DERROTA

No valen los avisos ni las premoniciones. Llega cuando no se la espera y duele más la sorpresa que el golpe. No importa que sea de muchos o de pocos. El que pierde lo hace solo y no se puede transferir el sufrimiento.

Te despierta o te hace salir del sueño y te dice que la carretera está cortada, los caminos rotos, y que tienes que detenerte. No hay paliativos, pero hubo un momento en que el azar y la torpeza habrían cambiado el signo y el minuto.

Piensas y vives. El triunfo es siempre colectivo y todos corren para tocar su brillante manto. Alegra, deslumbra y acelera el pulso. Se expresa con gritos y rimas que se asemejan, o incluso son inferiores, a los pareados y consignas de los manifestantes habituales. Perder no es igual. Hay puertas que se cierran, pero cuántas se abren. Cuántas hay, abiertas o cerradas. Qué te quita y qué te da la herida.

El triunfo, como la felicidad, no tiene alma ni contenido. Perder te devuelve tu nombre y tu naturaleza, te otorga el desconsuelo y te ayuda a recordar de dónde vienes, quién eres y adónde no irás nunca.

Y, como uno de los sonetos de latón, te enseña que sólo el derribado siembra y gana.

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EL LLANTO Y LA QUEJA

Gerald Manley Hopkins se conmueve con el llanto de una niña y dice que ella no sabe por qué llora, pero que de algún modo siente el sufrimiento por venir, los álamos que se deshojan, lo que le va a pasar a ella y a los suyos. Aunque quizás es eso lo que afligía al poeta y no a la niña. Sufrir es fácil: basta con que algo te duela, te arrebaten lo que tienes o no te den lo que esperabas.

El dolor vuelve como las estaciones y los días. No le importan tu edad ni tu experiencia. A veces creo, sin embargo, que la pena y el llanto no van juntos o no tienen la misma intensidad. Parece más bien que el infortunio aumenta con los años y que el llanto y la queja son más frecuentes en las primeras etapas de la vida.

No sé la razón. Tal vez tenga algo que ver con la fuerza, con la cantidad de energía que el cuerpo soporte. Se necesita fuerza para llorar, para afrontar el sufrimiento, para decir que no o renunciar a tu parte en el juego. Se necesita tiempo – el tesoro que a todos nos entregan – para negarlo o perderlo. Como insinuaba Antonio Machado, la desesperación es una fe oculta en el futuro.

Escribí estas Líneas sin fecha en otro tiempo. Está la pena, pero no puedo recordar su origen.

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