Stravinski dijo que Vivaldi no compuso seiscientos conciertos, sino que escribió seiscientas veces el mismo concierto. Stravinsky entendía de música y fue un gran compositor, aunque yo, que sé muy poco, casi nunca he escuchado sus obras. Sin embargo, no hay semana en que no disfrute de los violines y mandolinas de Vivaldi.
La afirmación del autor ruso, como otras frases famosas, puede ser cierta o inventada, pero nos señala los límites de la creación artística y de los recursos de que disponemos. Ocurre en todas las artes. En el mundo del cine se dice que hay actores de un solo papel, que repiten en cada película, e incluso de un único gesto – por ejemplo, enarcar las cejas – que les sirve para mostrar sorpresa, miedo o contrariedad, y otros con registros más complejos y variados.
Se vuelve sobre los asuntos que nos interesan, sobre las actividades, sean o no artísticas, que mejor se nos dan. Por pereza, por comodidad o porque al oír una canción o recibir algún estímulo, recordamos una historia y, lo que es peor, la contamos de nuevo, casi siempre con iguales pausas y acentos, con las mismas palabras.
Son historias que se desgastan con el uso y cada vez se parecen menos a lo que fue o sucedió realmente. Y quizás los recuerdos más claros y verdaderos son los que surgen de improviso y no se cuentan.
Escribí Flor de marzo y For your eyes only en días lejanos entre sí y en circunstancias diferentes y sólo luego de terminar el último vi cómo se parecían. Si tuviera lectores les propondría que los leyeran atentamente y adivinaran cuál escribí primero, cuánto tiempo después escribí el segundo y en qué se diferencian. Tal vez me ayudarían a ajustar mis medios o a saber si trazo sin descanso los mismos signos.