Que amor es cuanto hay / es todo lo que del amor sabemos – That love is all there is / is all we know of love –, dice Emily Dickinson en un breve y preciso poema. Es fácil rebatir el primer verso. Hay otras cosas. El tiempo que da tanto y tanto quita, el mar, las olas de la noche. Está la enfermedad y la pendiente por la que resbalan los nombres y recuerdos, el poder y la desventura, la tierra y las monedas escondidas. Está la nieve y el sol que acaricia las ventanas.
Hay cuatro elementos, miles de partículas, animales, gente. Pero ¿qué les confiere valor, qué cambia el paisaje o hace que brillen los minutos? ¿Qué nos abre el día o nos devuelve a las tinieblas?
No es todo cuanto hay, pero ¿qué se ha hecho, de qué se ha hablado y cantado desde Troya hasta las últimas melodías, desde los dramas y novelas hasta el relato más humilde? No hay nada que escape a su influencia. La guerra, la maldad, la tiranía, no son más que argumentos secundarios.
A veces, al pasar de los años, uno tiende a pensar que sólo es una fantasía de poetas o comediantes o una emoción perdida de la adolescencia. Crees que puedes continuar la vida y anular su sombra. Pronto descubres que nada sabes, que se devalúan las palabras y los números y que, por mucho que te sobre, te falta todo.