Gerald Manley Hopkins se conmueve con el llanto de una niña y dice que ella no sabe por qué llora, pero que de algún modo siente el sufrimiento por venir, los álamos que se deshojan, lo que le va a pasar a ella y a los suyos. Aunque quizás es eso lo que afligía al poeta y no a la niña. Sufrir es fácil: basta con que algo te duela, te arrebaten lo que tienes o no te den lo que esperabas.
El dolor vuelve como las estaciones y los días. No le importan tu edad ni tu experiencia. A veces creo, sin embargo, que la pena y el llanto no van juntos o no tienen la misma intensidad. Parece más bien que el infortunio aumenta con los años y que el llanto y la queja son más frecuentes en las primeras etapas de la vida.
No sé la razón. Tal vez tenga algo que ver con la fuerza, con la cantidad de energía que el cuerpo soporte. Se necesita fuerza para llorar, para afrontar el sufrimiento, para decir que no o renunciar a tu parte en el juego. Se necesita tiempo – el tesoro que a todos nos entregan – para negarlo o perderlo. Como insinuaba Antonio Machado, la desesperación es una fe oculta en el futuro.
Escribí estas Líneas sin fecha en otro tiempo. Está la pena, pero no puedo recordar su origen.