Lo que no es de uno es de los otros. Y así hay que indicarlo y reconocerlo, aunque cueste. No es fácil distinguir el original de la copia, al escritor español, francés o latino, que habló de las ruinas y el río de Roma. Quién sabe si el autor del Eclesiastés copió a otro ascendiente, aún más desconocido, la frase de que nada hay nuevo bajo el sol.
En este mundo nadie crea de la nada, pero unos pocos tocan teclas distintas, añaden sombras o miran por primera vez lo que teníamos más cerca.
Ellos son y quedan. Y merecen un nombre, una cita. A los diecisiete elegí una carrera, me separé de mi familia y fui a otra ciudad. Fue como una promesa no cumplida. Confiaba en el porvenir, pero no llegó más que la decepción y la tristeza. Estaba en otro sitio y el viento del mar soplaba. Había un cambio afuera, pero dentro de mí todo era igual o peor y así lo reflejé en unos versos duros. Más tarde descubrí La ciudad de Cavafis y tuve la sensación de que él había leído mis extraviados versos y encontrado palabras más precisas para lo que yo quise decir. Luego supe que Horacio lo había escrito mucho antes en la oda XVI del libro segundo: ¿Quién, huyendo de la patria, ha logrado huir también de sí mismo?.
Hace unos años encontré dos poemas chinos a cuya traducción hice unos pequeños ajustes. El segundo, escrito por Liu K’o Chuan al otro lado del tiempo y del espacio, dice exactamente lo mismo.