Alguien muere antes de tiempo. El café tenía un sabor amargo. Hay gotas de sangre en la madera. El testamento ha cambiado y los familiares se sienten agraviados y sorprendidos. Después, un allegado sufre un accidente o desaparece antes de hablar con el encargado de resolver el caso.
En otras historias no hay caso ni intriga. Sabemos qué va a pasar o qué ha sucedido. Ulises todavía vive. Ha sido atacado por un gigante con un solo ojo, seducido por una hechicera y arrastrado por el mar y el viento, pero puede contarlo a los que le escuchan y ofrecen su hospitalidad. En la montaña de Thomas Mann visitante y residentes comen juntos cinco veces al día, se miran y conversan, sin que surja una mano amenazadora, sin que nadie parpadee.
En la novela negra, en los relatos de intriga, el tiempo no se detiene. Cada paso es un rastro, cada palabra, una prueba, un indicio de inocencia o culpabilidad. Si te fijas, ves ademanes extraños, todo tiene un sentido oculto. Matar no es fácil, hay un plan, unos hilos que se esconden y han de ser descubiertos. No es como la vida real, tan parecida a un laberinto en que olvidaste cuándo has entrado y no sabes cómo salir. No, son como un rompecabezas, que tiene las piezas justas y puede resolverse.
En Tráiler y Asesinato hice unos apuntes o ensayé en verso sobre estos asuntos.