Lo bueno, si breve, dos veces bueno. La sentencia de Gracián es muy conocida y generalmente aceptada, aunque en su vertiente negativa – lo malo, si es breve, es menos aburrido – me parece menos discutible.
Con el tiempo me he convencido de que las grandes novelas son novelas largas que – hasta la llegada del libro electrónico – casi podían juzgarse por el peso. Pienso que las grandes óperas, sinfonías o buenas bandas sonoras son superiores a las canciones de tres minutos más inspiradas. Envidio a los que componen cuartetos como Eliot o poemas de varias páginas que mantienen en cada estrofa la coherencia y la intensidad.
Yo no puedo o no sé. Escribo por necesidad, respondiendo a un estímulo indeterminado, y ese impulso no da más que para seis o siete versos. Por eso aprecio tanto el soneto. Porque me obliga a ordenar las ideas y me ayuda a dar forma al primer impulso y a ver la imagen en el cristal.
Así, como tantos otros, escribí Sombra y espejo