PLAGA

En la guerra no se puede hablar más que de la guerra. De la lucha, de la sangre; de la muerte y los fusilamientos; de los enemigos tan feroces y tan parecidos a los de nuestro bando. Antonio Machado lo intentó. Habló de la poesía como palabra en el tiempo y de otros asuntos que entonces a nadie interesaban. Pasado casi un siglo, uno sigue leyendo esos ensayos y disquisiciones y, en cambio, toda la poesía de combate – incluyendo la que él mismo escribió – se esconde en los pliegues del olvido.

Vivimos ahora una guerra, otra clase de guerra. Y no podemos cerrar los ojos o mirar hacia otro sitio. Tenemos que hablar de esta plaga que nos aparta y nos lleva detrás de las paredes; de las calles vacías y del miedo que llama a cada puerta; de los gobernantes ineptos y de los héroes anónimos que dan su tiempo e incluso su vida para aliviar el mal y apresar a un enemigo que se oculta en la sombra.

Crecen las víctimas y faltan manos; y recursos y también palabras. Pero estas sólo tienen valor – si lo tienen – aquí y ahora. No seré yo, no seremos nosotros los que contemos lo que pasa. Nos falta la perspectiva, el tamiz de los años. Las mejores crónicas fueron escritas por quienes no estaban allí, por aquellos que supieron escuchar e hicieron suyos los recuerdos de los verdaderos protagonistas.

Hay otro mundo; el de antes de la invasión y el que aparecerá cuando nos levantemos y restañemos las heridas. Hay un futuro, al menos para los que sobrevivan, donde el amor, la vida y la muerte, tendrán el mismo significado. Podemos abstraernos y hablar de lo que huye y lo que permanece. O, como los italianos de aquella antigua plaga, contar cuentos e historias más ligeras.

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COMBATE

Me he quejado muchas veces. De que no me escuchan. Como si hablar, modular las palabras y encontrar los nombres no fueran más importantes; o cantar y separarse del ruido. De que no me ven. En vez de abrir los ojos a la aurora y mirar lo que se esconde y lo que brilla, las luces y la sombra.

Como dice Emily Dickinson, no soy nadie o soy muy poco y por poco tiempo. Pero no es una razón para lamentarme o apartarme de ninguna senda.

Hay un personaje de Juego de Tronos que niega a los dioses y cree que la muerte es el único rival. Hoy no, le dice y la cita para otro día, confiando en que entonces tampoco se presente.

El tiempo juega a tu favor o en tu contra. Depende de cómo lo llenes y del valor que muestres en el combate. No soy nadie, no me han asignado ninguna misión, no conozco el camino. Pero tengo que levantar la voz y evitar la derrota.

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DESPROPÓSITOS

  1. Resolver lo que nadie ha planteado
  2. Renovar la confianza en los insolventes
  3. Redimir la inocencia
  4. Señalar lo informe
  5. Reanudar el futuro
  6. Subvertir el desorden
  7. Esperar que el pasado nos alcance
  8. Reducir al máximo
  9. Sensibilizar a las piedras y a las ostras
  10. Deshojar la margarina
  11. Recuperar el presente
  12. Descubrir el lugar donde seguimos
  13.  Coordinar desánimos
  14. Renovar las superestructuras
  15. Vivir los días que sobran.

 

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DÍAS DE AGOSTO

El futuro está ahí, a la vuelta del silencio, en un pueblo que era tuyo y que ahora lo llenan otros cuerpos, otros rostros que a veces se asemejan a quienes  hace mucho estaban a tu lado. Unas semanas, unos pocos meses y se abrirá un camino que puede durar menos que un relámpago o ser tan largo como el olvido.

El futuro puede teñirse de gris pero siempre nos llama o nos confunde con el brillo de una promesa o el aleteo de un pájaro imposible.

Hay días, o meses como este claro agosto, en que uno vuelve atrás y toca con los dedos el pasado. Dice Rabindranath Tagore que dejas de ser joven cuando los recuerdos pesan más que las ilusiones. Será verdad, pero recuerdas esta frase porque te gustaba cuando empezabas a vivir y alguien a quien querías la grabó en una lámina de piedra.

Vienen a la memoria los versos a la Virgen que el maestro te obligó a recitar cuando tenías ocho años o el nombre de la soprano de un antiguo disco de Aida,  que tu hermano no dejaba de oír, y sientes el deseo de completar los datos – del autor de los versos o de la oscura soprano – y de ahondar en las ilusiones y los sueños de esos lejanos días.

No es exactamente una búsqueda del tiempo perdido, sino una mirada atrás a sucesos y escenas que uno vuelve a descubrir con emoción y asombro.

En RAH, que son las iniciales de una sala de conciertos, se habla de una de esas escenas que no quieren salir de la memoria.

 

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CONDICIONES

En la  oración   condicional se indica que una acción depende de otra. De una manera directa – si yo fuera rico, compraría un yate – o menos inmediata – si yo fuera presidente, acabaría con el latrocinio y la pobreza -.

A veces se piensa  que la condición está al alcance de la mano – si estudiara más, aprobaría – o que basta un simple aviso – iré si me llamas -. Otras veces las condiciones, como en el famoso poema de Kipling, son más numerosas y difíciles, pero creemos que se pueden cumplir con tiempo y esfuerzo.

A menudo, sin embargo, la condición es irreal, parece que no tendrá lugar o no se cree en ella. Se dice si como si se dijera nunca. Nunca seré rico, jamás llegaré a presidente. no reinaré ni en mi país ni en mi casa.

Y eso nos exime de las improbables consecuencias. Si fuera rico me quedaría en tierra y me dedicaría a duplicar mis bienes y mi aburrimiento. Si fuera presidente dirigiría el gobierno con la misma incapacidad con que manejo mis propios asuntos y cometiendo cada día un nuevo error.

Se le da más importancia a lo que se tiene o se puede poseer en el futuro – ser rico es igual a tener dinero – que a lo que se es o se ha aprendido desde el primer deslumbramiento. Pero, a diferencia del conocido dicho, tanto vales, tanto tienes. O cuánto eres o volverás a ser si ocurre otro milagro. Y una vez cambiado el orden de los factores, la oración y la existencia serían distintas.

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EXPOSICIÓN

Es una tierra seca, herida por el sol y por la suerte, que unos años atrás pudo ser cambiada.

Con el pretexto de una centenaria conmemoración se acercaron a ella políticos de segunda, constructores, asesores y otros personajes adictos a los fondos del estado para hacer una obra que recordasen los siglos, para convertir este sur en la California de Europa.

Normalmente los políticos, con la excusa del porvenir, nos quitan o empobrecen el presente. Entonces fue diferente. Nos dieron unos meses de esplendor y, a cambio, borraron el futuro.

Yo creo en la honradez. Creo que hay una sola e improbable aristocracia, la de los hombres honrados – Nietzsche habla de la aristocracia de los que sufren; quizás sean los mismos -, pero historiadores y expertos en economía admiten que en otros tiempos y lugares la corrupción no ha impedido un cierto progreso material.

Aquí no. Aquí los sátrapas y delincuentes no crean riqueza ni engrasan la maquinaria del sistema. Son ineptos para cualquier tarea que no conduzca al provecho propio o del partido. Aquí los burócratas sólo son válidos para la intriga y la especulación, para deshacer esperanzas y quemar ilusiones, pabellones y documentos.

Llegaron y subieron varios peldaños en un turbio escalafón donde no se sabe qué se valora más: si la transgresión o el silencio. Se fueron con un aumento de sus inversiones privadas y un puesto seguro en una empresa pública, justa recompensa por los servicios prestados.

Llegaron y se fueron. Atrás quedaron hermosos puentes, plazas desoladas y edificios cercados por la hierba y la basura; empresarios arruinados y desahuciadas ciudades tecnológicas. Atrás quedó un pueblo sin trabajo, una tierra sin agua.

(Revisando la hemeroteca encontré este artículo de 1995. El lector juzgará si sigue siendo válido)

 

 

 

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LAS MUSAS II

Cuesta escribir, juntar las palabras y las frases y darles un significado, unir lo que se siente y lo que se piensa y abrir un nuevo cauce al agua de la vida.

Es duro escribir, vivir, pero cuesta más dejar de hacerlo. Dice Pedro Salinas que hay que apretar los labios antes de decir que no, porque un no puede paralizar el movimiento, acortar los caminos, anular el mundo.

No puedes renunciar. Pasan los años y los cercos se estrechan, se secan las fuentes y el porvenir no tiene muchos números, pero a veces cae la lluvia, suena la música o unos ojos te miran fijamente. Hay una princesa, o una campesina, que cantar o una historia que aún no se ha contado. Y el silencio, como la calma, sólo es valioso después de la tormenta.

No importa quién esté al otro lado de la línea, cuántos te escuchan, dónde llegas. Después de tanto tiempo deberías saberlo. Escribir es tu forma de ser. Y  no tienes más que dejar tu ofrenda y cumplir tu sino.

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LAS MUSAS

Las páginas están en blanco, los cuadernos se desgastan en los anaqueles y las redes no traen nada vivo. ¿Por qué no escribo? Anoto a continuación algunas razones.

1. Se escribe sin ruido o con música de fondo. Conversas con alguien que está cerca o al otro lado del espejo y sospechas que la mano amiga se encuentra siempre al final de tu brazo. Pero después necesitas oír un timbre distinto, algún susurro que te muestre adónde van tus palabras. Cuesta alzar la voz donde no hay eco, escribir para la inmensa minoría.

2. La vida sin la literatura, sin la música, es pobre, incompleta y apegada al suelo, no muy diferente de la de los animales. Pero la literatura sin la vida es como una flor pálida o una hoja seca. Para escribir hay que vivir intensamente y no resguardarse en la repetición. Hay que abrazarse a lo que vuela y amar lo inesperado.

3. Es preciso creer. Tienes que ser creyente, crédulo o simplemente ingenuo. Creer es crear, porque se necesita mucha fe para imaginar que puedes dar al mundo algo nuevo y que valga la pena, unas palabras dignas de ser recordadas.

4. No es la juventud, aunque con los años es más difícil tenerla. No es la voluntad, pero se le parece. Es como una fuerza que te impide renunciar y te ayuda a afrontar las inclemencias del tiempo y las sombras de la madrugada. Es un impulso, que no valoras hasta que lo pierdes, que te lleva a no rehuir los golpes y a rememorarlos en versos que apenas te consuelan. Y a vivir y a creer y verte en otros ojos.

Hay otras causas, pero quizás se derivan de las anteriores. Quizás hay razones más sencillas que explican por qué estás fuera del templo.

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CONCIERTOS

Stravinski dijo que Vivaldi no compuso seiscientos conciertos, sino que escribió seiscientas veces el mismo concierto. Stravinsky entendía de música y fue un gran compositor, aunque yo, que sé muy poco, casi nunca he escuchado sus obras. Sin embargo, no hay semana en que no disfrute de los violines y mandolinas de Vivaldi.

La afirmación del autor ruso, como otras frases famosas, puede ser cierta o inventada, pero nos señala los límites de la creación artística y de los recursos de que disponemos. Ocurre en todas las artes. En el mundo del cine se dice que hay actores de un solo papel, que repiten en cada película, e incluso de un único gesto – por ejemplo, enarcar las cejas – que les sirve para mostrar sorpresa, miedo o contrariedad, y otros con registros más complejos y variados.

Se vuelve sobre los asuntos que nos interesan, sobre las actividades, sean o no artísticas, que mejor se nos dan. Por pereza, por comodidad o porque al oír una canción o recibir algún estímulo, recordamos una historia y, lo que es peor, la contamos de nuevo, casi siempre con iguales pausas y acentos, con las mismas palabras.

Son historias que se desgastan con el uso y cada vez se parecen menos a lo que fue o sucedió realmente. Y quizás los recuerdos más claros y verdaderos son los que surgen de improviso y no se cuentan.

Escribí Flor de marzo y For your eyes only en días lejanos entre sí y en circunstancias diferentes y sólo luego de terminar el último vi cómo se parecían. Si tuviera lectores les propondría que los leyeran atentamente y adivinaran cuál escribí primero, cuánto tiempo después escribí el segundo y en qué se diferencian. Tal vez me ayudarían a ajustar mis medios o a saber si trazo sin descanso los mismos signos.

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DUDA

En un reciente artículo Antonio Muñoz Molina cuenta que tardó cinco años en escribir su primera novela y que, al terminarla, pensaba que había aprendido el oficio y no le costaría tanto completar las siguientes. Pero mucho tiempo y varias novelas después, empieza cada obra como si fuera la primera y temiendo que la anterior haya sido la última.

Somos lo que hacemos y cada paso que damos nos ayuda a seguir un curso o encontrar un camino, pero el aprendizaje nunca acaba. Eso vale para la novela, para la poesía, para la vida. No sabemos de qué somos capaces, cuánto durará esta aventura o si veremos otra vez a alguien.

Antes se usaban expresiones o frases, como Dios mediante o si el tiempo no lo impide, que mostraban la incertidumbre y la precariedad de cualquier propósito. Ahora dejamos a un lado la providencia o el azar, concertamos citas y elaboramos planes como si estuviéramos seguros de lo que pasará mañana. Y hay quien cree que tan ciertos e inmutables son los días mejores, ya pasados, como la caída y el mal que nos espera, olvidando que la desgracia tiene mil rostros y pocos se parecen a los que entrevemos en medio de la noche.

La duda, que fue y estuvo antes del verbo, persiste, permanece. Es la bruma en el mar, la niebla y las sombras. Ignoramos que hay detrás, si podremos volver o llegar a un puerto nunca visto.

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